Opinión
Por: Guadalupe Rodríguez
“Cuando salí de mi casa
con mi bastón y mi hato,
le dije a mi corazón:
–¡Ya llevas sol para rato!–
Es tesoro –y no se acaba:
–no se me acaba– y lo gasto.
Traigo tanto sol adentro
que ya tanto sol me cansa.”
Sol de Monterrey, de Alfonso Reyes
Los orígenes de la inmensa ola de calor que inéditamente estamos viviendo para el mes junio en Nuevo León y en buena parte de México y del mundo, se deben al temido cambio climático que desde hace 150 años comenzó a producir el calentamiento global durante la Revolución Industrial.
Se deben a las altas temperaturas que se registran en los océanos a la entrada del fenómeno del Niño (evento de origen climático por el calentamiento del Océano Pacífico), el cual irrumpe con aguas cálidas a la altura de Perú y Ecuador, causante de más de una anomalía climática en el mundo.
De acuerdo con la Secretaría del Medio Ambiente del Estado, las temperaturas superiores a 40 centígrados afectan a hogares, escuelas, empresas y comercios por igual y además incrementan la mala calidad del aire.
Las olas de calor hacen que en las ciudades se forme un “domo”, que impide se dispersen los contaminantes y acelera que se forme gas ozono a nivel del suelo y se acumulen las partículas de 2.5 micras. Adicionalmente, los polvos existentes en la zona metropolitana contribuyen a la contaminación atmosférica.
El llamado a no encender fogatas de ningún tipo para evitar incendios forestales, la Secretaría de Medio Ambiente debería hacerlo extensivo a no prender carbón para asar carne de ahora en adelante. Urge que la población cobre conciencia ambiental sobre la equivocada idea de que sin humo no hay festejo que valga, como acaba de ocurrir con el Día del Padre.
La salud y el futuro de nuestra ciudad y de sus comunidades está supeditado al cumplimiento del derecho a vivir en un medio ambiente sano, pero sobre todo a nuestro deber de cuidar y conservar la naturaleza.
Debido a la deforestación extrema, nuestro planeta está reaccionando ante el poder del sistema solar. Tanto científicos como investigadores insisten reiteradamente en la necesidad de impulsar la reforestación extrema.
El problema que tenemos como comunidad es que todavía no hemos entendido los servicios ambientales que nos proveen los árboles, al ignorar su existencia y al sobreexplotar su riqueza maderable, siendo desaprovechado como gran promotor de espacios públicos para que la gente conviva.
Como espacios públicos nos referimos no únicamente a bosques, parques, plazas y jardines, sino a las banquetas enfrente de las casas, incluso a sus patios delanteros, espacios que no están en condiciones para la creación de sombra ante el clima extremoso de nuestras norteñas ciudades.
Aparte de producir oxígeno, los servicios ambientales de los árboles disminuyen impactos solares y contaminantes. Las ciudades densamente arboladas no tienen impactos por olas de calor, ni mala calidad del aire. Las que no tienen árboles padecen elevadas temperaturas y gases efecto invernadero.
El déficit de un millón de árboles que padecemos en nuestra Metrópoli, requiere del esfuerzo coordinado del sector público con el sector privado y la sociedad civil, para disminuir no solamente la carga térmica de los rayos del Sol, sino también para absorber millones de partículas contaminantes.
Si entre cinco millones de habitantes se hace una intensa campaña para que dos de cada diez nuevoleoneses sembremos un árbol nativo, lo cuidemos para su crecimiento y preservación, en poco tiempo habremos cumplido la meta de frenar el calentamiento global y controlar los agentes contaminantes.
Aunque se diga que plantar árboles resulta caro y mantenerlos aún más, todas y todos tenemos la responsabilidad y la obligación de aportar esfuerzos y recursos para arborizar la Ciudad del Sol de Alfonso Reyes, pues plantar un árbol es la forma más autosustentable para darnos calidad de vida.
Iniciemos esta buena práctica y cubriremos el millón de árboles faltantes.